Unificación estética y pluralidad ontológica
Escrito por Emiliano Acosta
La mediación de categorías fija un determinado tipo de racionalidad, un modo de experimentar el mundo como el único posible, ya que se presenta como parte de la naturaleza humana universal. Estas categorías son las condiciones de toda experiencia posible, garantizan que sea cual sea la singularidad y divergencia de lo experimentado no se va a salir de los parámetros de la razón, ligada al régimen de lo empírico, con sus dos caras, subjetiva y objetiva. Como dice Foucault, las categorías alejan la estupidez, nos protegen de la locura2. Sólo un loco puede pensar que su esposa es hoy una persona distinta que ayer; la categoría de sustancia está allí para otorgar la tan necesaria identidad y permanencia a los objetos de la experiencia. Nadie en su sano juicio puede creer realmente que las leyes de la naturaleza funcionan por casualidad, que en cualquier momento pueden dejar de regir, los objetos salir volando por los aires, ya que la categoría de causalidad nos asegura su necesidad. Del mismo modo, consecuentemente, todos sabemos que el arte es arte, un cuadro es un cuadro, imagen sobre un lienzo, (en él aparece un paisaje, pero no un paisaje real), una música es una música y, evidentemente, una obra teatral nada más que una representación. La obra de arte queda enmarcada en los límites de la objetividad, en el ámbito de los objetos. Por supuesto, puede afectarnos, hacernos reflexionar, emocionarnos, pero no modificar los parámetros más básicos de nuestro pensamiento. Hay un ámbito reservado a la experiencia artística, que no se confunde con la experiencia cotidiana.
Son las categorías las que determinan la dualidad estética. Si las abandonamos tenemos una experiencia no mediatizada por conceptos universales a priori, es decir tenemos experiencia inmediata tanto de los fenómenos de la llamada “verdadera realidad”, como de los propios fenómenos artísticos. El arte pasa a integrar el ámbito de la experiencia real, adquiere otra potencia de afectarnos. Ya no vemos el cuadro como cuadro, o no solamente. Se abre la posibilidad de un verdadero encuentro afectivo, de la sensación como acontecimiento. También la vida “real” deja de ser verdadera y pura, está producida tanto o más que el cuadro, con otros medios, bajo otras condiciones, pero medios y condiciones al fin. El problema de las relaciones entre arte y realidad se desplaza. La cuestión no es la de si el arte es realista, por comparación con un exterior; al contrario, el problema es el de cómo encontrar una realidad fuera del arte, una realidad que no esté pintada o fotografiada, hecha texto, imagen o drama, una realidad que no esté enfocada desde cierto ángulo, creada de algún modo, de dónde sacar una realidad pura y prístina con la cual comparar el arte.
Las categorías constituyen el tamiz por el que pasa la experiencia, estructuran el modo como percibimos el mundo, se interponen entre los acontecimientos y el sujeto; al caer su regencia, se hace posible una relación inmediata con lo sensible, con las sensaciones que nos afectan, y se libera su potencia singular, absolutamente diferente, diferenciante y productiva.
Con la superación de la dualidad kantiana de la estética el ser de lo sensible se expresa en la obra de arte y la obra de arte se hace experimentación3 , variación sobre las condiciones de la experiencia: la obra como realidad, como modalidad del mundo sensible; y la percepción sensible como creación.
La realidad ya es en sí misma una expresión “artística”, es decir una imagen creada, producida, repetición vestida, máscara de máscara, simulacro de simulacro; facetas que expresan la intensidad del devenir. Y la misma percepción implica creación, selección, recorte o condicionamiento; sea conceptual –determinando los modos de prejuicio del sentido común– como condiciones intensivas, afectivo-sensibles –abriéndose la posibilidad de pensar algo nuevo bajo la influencia de las configuraciones relacionales en formación.
El abandono del régimen de las categorías a favor del simulacro hace de toda realidad imagen, configuración afectiva, punto de vista. Por tanto la unificación de la estética, al poner la experiencia sensible como creación permanente, y el arte como experimentación, deja que salgan a superficie múltiples realidades diferentes coexistiendo; todas configuraciones mutantes que no constituyen la naturaleza en sí de las cosas, sino que implican ciertas condiciones de existencia, condiciones del orden del pensamiento en tanto actividad, es decir, creaciones que envuelven creaciones. Este simulacro –copia sin original, retrato sin autor ni modelo– da el carácter vestido de la repetición. Por ejemplo una frase por la que expresamos una idea, no es la límpida esencia de esa idea, sino un artificio, una creación, un modo de expresión que pergeñamos para darle voz y ser. Un lenguaje es un modo entre tantos de recortar la realidad. Detrás de estos artificios no se esconde una realidad en sí, un origen, un fundamento o principio, sino más artificios. Sin duda que hay diferencias entre las camadas, digamos entre una proposición y su sentido, que sólo aparece en otra proposición, pero este proceso es indetenible, y en cada momento se produce un desfasaje, un derrapaje. No hay serie original y serie derivada, por ejemplo entre el acontecimiento presente y su representación luego como recuerdo. Sólo hay acceso al acontecimiento desde el recuerdo, ya que como el presente pasa permanentemente, es necesario que la memoria sintetice el tiempo para posibilitar su aprehensión (el circuito inseparable percepción-recuerdo, imagen-memoria de Bergson). Esas repeticiones con diferencia son todo lo que hay, no hay más realidad en unas que en otras. La realidad está hecha de signos, es inseparable de una dimensión de pensamiento que la impregna y configura interiormente, dándole un campo de consistencia flotante, proliferante. No hay un acceso directo a la naturaleza de las cosas, la que luego se dejaría expresar por palabras, conceptos, imágenes, etc, sino que la naturaleza misma es presentación determinada ya bajo algunas formas, puntos de vista, tonalidades, aspectos, aunque sean pre-lingüísticos, inconscientes. Es por tanto imposible encontrar en algún lugar una realidad pura y bruta, sino tan sólo diferentes realidades envueltas unas en otras, siempre escondiendo una repetición más por debajo, hasta el infinito. “La repetición no se constituye más que con y en los disfraces que afectan los términos y relaciones de las series de la realidad (…). Tras las máscaras hay, pues, otras máscaras, y lo más oculto es, a su vez, un escondrijo, y así hasta el infinito. Ninguna ilusión sino la de desenmascarar algo o a alguien.” 4 Máscara o disfraz: modificación de la cosa misma. La cara ya es una máscara, no tanto porque esconda sino porque muestra, se presenta siempre de un modo no puro ni esencial; o bien la esencia es el puro mostrar, no es apariencia sino aparición, presentación inmediata.
La realidad es simulacro o imagen pura, en sí misma, y no por referencia a algo que no sería imagen; lo que constituye otra forma de la materialidad, de los cuerpos, sin determinaciones formales de tipo esencialista, regimentador o normalizador. Hay una imbricación necesaria entre pensamiento y materia, el pensamiento no está puesto en frente de las cosas dadas refiriéndose a ellas como a otra cosa, sino que las produce internamente. Contra los dualismos, que plantean que solo un mundo es verdadero (para juzgar, ordenar y dominar), tenemos la potencia de lo falso como pensamiento ético afirmativo: la vida “miente” para construir su propio paisaje, apropiarse de los obstáculos y expandirse. “La vida sería la fuerza activa del pensamiento, pero el pensamiento el poder afirmativo de la vida. Ambos irían en el mismo sentido, arrastrándose uno a otro y barriendo los límites, paso a paso, en el esfuerzo de una creación inaudita. Pensar significaría: descubrir, inventar nuevas posibilidades de vida.” 5
Muchas realidades incomposibles existen a la vez en el mismo mundo, en las repeticiones, porque no hay repetición desnuda, original. La sensación elevada a principio ontológico destruye las identidades, tanto del sujeto como del objeto percibido, se pierde todo eje o centro ordenador de la realidad; los puntos de vista no son sobre la misma cosa, sino que corresponden a acontecimientos autónomos; ni la conciencia soporta la identidad ante el vértigo de los cambios en las configuraciones relacionales. Con lo cual proliferan muchas realidades diferentes presentes a la vez.
Ya anticipamos las objeciones de estilo platónico. “Pero el hecho de que yo estoy hablando en este momento es cierto, no es cierto que no esté hablando, esa es la única realidad; ¿cómo puede usted afirmar que estoy hablando y que al mismo tiempo no lo estoy?; según su concepción no hay forma de distinguir nada, estamos todos locos”. Pero estos ejemplos triviales reflejan la chatura, la miseria de la lógica de sentido común. El pensamiento entendido como reconocimiento, bajo el modelo de “esto es una taza, eso un florero” cae en la absoluta pobreza, se lo ve sólo como instrumento de adaptación práctica. Pero es evidente que no se trata de darse contra la pared por creer que está enfrente de nosotros pero que al mismo tiempo no está, o dejarse atropellar por los autos en la calle, simplemente porque para andar por la calle no es necesario pensar; bastantes esquemas adaptativos tenemos como para incorporar el pensamiento como uno más en el repertorio. Los obreros de la filosofía trabajando con separaciones disciplinares, caricaturizan al pensamiento, plantean esquemas que tienden a justificar un estado sedimentado de la vida en el cual se supone que todos piensan, ya que ésta es la facultad más universal, pero al precio de que pensar sea calcular, percibir, reconocer, recordar, conversar, vivir la cotidianeidad con sentido común. Este modelo también es grato a los abogados, policías, jueces, todos los buscadores de pruebas, hombres de negocios, esposos traicionados, es esencial en todo tipo de contratos, registros, identificaciones, escrituras. Habría que ver hasta qué punto la creencia en una realidad única, objetiva, no es producto de las necesidades del poder. ¿Habrá sido la lógica habitual forjada sobre un modelo político-jurídico? Habría que hacer una genealogía de la ontología policial en la que vivimos.
No es que pensar no sea una actividad esencialmente vital, pero la vida es mucho más sutil. Pensar no es algo abstracto, es concreto, pero lo concreto no es lo dado. No es cuestión de oposiciones dialécticas, sino de grados, desplazamientos, “pequeñas” diferencias de apreciación, de tono afectivo (dimensión fundamental abandonada por la lógica tradicional). Es cuestión de creación, ya que los problemas deben crearse y según el modo como se los plantee será la respuesta que obtendremos. Y son propiamente diferencias, no términos opuestos o contradictorios. Es necesario restituir la sutileza al pensamiento, capaz de ver los matices, grados, pasajes, mezclas, inclusiones, y no simples términos extremos. Fulanito actuó por impulso, o por venganza, o… Hay que mantener las posibilidades abiertas, siempre una “o” más. La dialéctica basada en el principio de contradicción, implica la identidad de cada término opuesto. Tenemos que salir de la identidad hacia la diferencia en sí o devenir intensivo, cuya esencia es la transformación permanente, nunca quieto, diferente pero no opuesto. También la fundación del principio de contradicción puede esconder un instinto de contradicción, un ansia de dominio. Pensar, en cambio, por fuera de la contradicción es una auténtica potencia de expansión, de emancipación. Hay que superar el dogmatismo hacia la afirmación de lo problemático como carácter permanente de lo real, abrir la posibilidad de pensar distinto aquello que pasa y nos pasa, sin intermediarios y sin necesidad de una resolución definitiva o veredicto final: el pensamiento como creación continua de posibilidades de existencia, realización de la diferencia.
La diferencia no se da entre seres recortados en el espacio, sino más fundamentalmente entre momentos del eterno devenir (incesante, indivisible). Eterno retorno como ser del devenir, devenir puro, en sí, no de algo o hacia algo, inasible inmediatez que se estira al infinito; eterno instante que se desdobla hacia dentro a la velocidad de la luz, o mejor, del pensamiento. Volver es copiar. Cada instante una copia del instante anterior. Pero una copia nunca exacta, una repetición diferente, diferenciante. Criatura engendrada de su inmediato antepasado, surge de su vientre y no ha terminado de despegarse de él cuando ya se rebela y muestra su diferencia con el padre malherido que se desgarra al ver ese reflejo suyo hecho carne, ese sí mismo hecho otro que lo trasmuta. No hay motivo para considerar a uno de ellos como original. Ni siquiera se puede decir que son dos seres distintos. ¿Suicidio o parricidio? Nacimiento y muerte incesantes, uno dejando lugar a la otra eternamente, en favor del porvenir.
Escrito por Emiliano Acosta
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1) Deleuze, G., La inmanencia, una vida, Revista La Nave, Agosto 1997, traducción de Ester Cohen
2) Foucault, M., Theatrum philosoficum, Anagrama, Barcelona, 1995, pag. 37.
3) Deleuze, G., Diferencia y repetición, Amorrortu, Bs As, 2006, p.117; Lógica del sentido, Paidós, Barcelona, 1989, pág. 261-262.
4) Deleuze, Diferencia y repetición, pág. 166-7.
5) Deleuze, Nietzsche y la filosofía, Anagrama, Barcelona, 1986, pág. 143.