Género y sexo: condenados modos de existencia
Escrito por Ariana Mira
Una aproximación a pensar nuevos modos relacionales
Apuntes iniciales
Cuando vamos a pensar temas tales como la subjetividad u otros que atañen a lo humano, se nos plantea el desafío de realizar un abordaje diferente al de la captura operada por las ciencias -en particular la psicología-, y por la lógica de la generalización -a punto de partida del derecho romano y su máquina generalizante, extendida a casi todos los ámbitos de la vida social y política-.
El modo hegemónico nos impone pensar lo particular en aquellos aspectos que permitan llevarlo a lo general. La generalización aparece como la única justificación posible para atender lo no general. Lo general es lo que luego permite hablar en nombre del bien común, aún atentando contra toda diferencia particular, y es lo que habilita la lógica de la representación.
¿Cómo pensar entonces lo singular, no en términos de lo pequeño, sino como aquello que se plantea como diferencia intensiva en un pulular de lo múltiple?
Hay algunos recorridos que se empeñan en encontrar aquellas huellas en la historia de la humanidad, que den cuenta de la existencia de otros modos relacionales en el pasado. Estos estudios, si bien en algún sentido intentan «abolir» la idea de un modo único de relación entre los seres humanos (el hombre es el lobo del hombre), suelen utilizar la lógica hegemónica que consiste en recurrir a aquellos fragmentos que hacen a la afirmación de la premisa de la que parten, en lugar de abrir interrogantes, buscar pistas que den lugar al pensamiento. Hay una necesidad que se nos impone: la de recurrir a la evidencia empírica como elemento legitimante, propia de un pensamiento producido en relación de subordinación con una autoridad que lo habilite.
En ese sentido, quizá sería necesario transparentar cuáles son las concepciones, aquellas premisas de las que se parte, que subyacen a aquello que nos inquieta y nos empuja a pensar. Asociado a esto también sería interesante animarse a desarrollar un pensamiento autónomo, capaz de sostenerse en relación dialógica proponiéndose tantear hasta donde nos es posible pensar distinto, en lugar de afirmar lo ya sabido, y desafiar los mecanismos establecidos, habilitados y habilitantes para exponerse.
Partir de la base de que la posibilidad de otros modos relacionales late en algunos entramados vinculares, en la humanidad, es una premisa que subyace a este texto.
Si nos animamos a sentirnos convocados por la producción, más que por aquel que produce, entendiendo que en la «despersonalización» de la creación está la intensidad singular, el intento en el que se inscriben estas líneas va en el sentido de la gratuidad, como intento de diluir la forma (entendida como identidades duras), y a través de lo producido dar lugar a lo que toda creación tiene de relacional y despliegue singular.
Género y sexo: condenados modos de existencia
El género y el sexo son categorías que nos muestran el mundo. Somos capaces de ver aquello que aprendimos a ver. Capturan nuestra mirada en un anclaje «real», el del cuerpo.
El invento de la opresión de los hombres sobre las mujeres implica el invento de este par dicotómico hombre/mujer que permite ver la diferencia sobre la que se monta la opresión. Colombo plantea que la mirada dualista del mundo tiene un anclaje biológico que funciona como operador semántico: «detrás de esos pares de opuestos se encuentra la intuición esencial y arcaica que opone lo idéntico a lo diferente, y cuyo anclaje biológico son el sexo [como diferencia de sexos] y la muerte [como diferencia de generaciones]».(1)
Estas categorías que invisibilizan y naturalizan cosas, sirven como punto de partida para constatar situaciones que producen sufrimiento. Pero tal como están, no sirven para cambiarla.
Entonces, si género y sexo son una determinación formal (biológica, cultural, social), el estatus de «modo de existencia» que adquieren en nuestra grilla de pensamiento funciona obturando la visibilidad de su realidad de categorías arbitrariamente construidas. En este sentido, «nos condenan a un modo» (imperio del pensamiento único).
Sin embargo, pensado en términos de devenir, estos términos no estarían planteando una determinación formal, sino modos existenciales, nunca únicos ni monolíticos. Es aquella noción de modo de existencia, la de las identidades endurecidas, la que estaría condenada a desaparecer en un movimiento transformador.
De legitimaciones y otras legalidades
En realidad masculino y femenino son campos de homogenización. Convierten los sexos y la sexualidad en una «invariable» y definen, normativizan, cuáles son las diferencias y cómo se distribuyen, aboliendo la diversidad más compleja, lo múltiple, montando la desigualdad sobre unas características determinadas que configuran y administran las relaciones admitidas.
Una amiga una vez me contó que la maestra del jardín le llamó la atención porque su hijo tenía una capa fucsia. Y como ella estaba separada del padre, estaba mejor si madre e hijo mantenían claras las identidades. Lo que mi amiga no se animó a decir es que esa capa se la había regalado el padre, que es brasilero.
No me dirijo hacia la indiferenciación, por el contrario, afirmo la diferenciación inagotable en este par dicotómico. Somos cuerpos, no hay Mujer ni Hombre, sino que nos vamos configurando en relación, en un proceso de singularización, donde la diferencia no es producto de una determinación biológica genérica, sino que en esa marca, aparece la condición de posibilidad de nuestro devenir.
La rabia más profunda, el anhelo más grande, el ímpetu creador
Entiendo que cuando se vive en situación de opresión, luego de «tomar conciencia» de ello, e incluso a veces, de atravesar el resentimiento, se necesita un rescate: todo el trabajo en torno a la autoestima y la afirmación entra en este proceso (y en ese sentido entiendo la famosa frase: «nosotras las mujeres»). Pero la transformación implica movimiento y creación.
Afirmar que tenemos buenas cosas, es jugar al juego de las carencias (todos carecemos, pero su carencia -la de ellos- es peor que la nuestra), y de algún modo es quedarse con la mujer degradada, producto de la grilla masculino/femenino. Eso implica afirmar el lugar que se nos ha asignado desde esas categorías que nos condenan. Y con ese mismo movimiento, a su vez, condenamos a nuestra «contraparte» a existir en el mismo lugar -o sea, nos volvemos desde ese lugar, sostenedoras de lo que está, reproduciendo lo dado-. (Además de colectivizar lo que no es inherente a nadie por tener pito o concha, aunque el «formateo» es muy fuerte. Y junto a esto, por allí se cuela también el juego de la representación).
Creo que de lo que se trataría es de afirmar las buenas cosas en tanto quienes que deseamos transformaciones o movimiento. Porque cambiar la opresión de géneros probablemente tenga que ver con hacer estallar de algún modo, o al menos darle otra impronta, a esas categorías que dividen aguas, como si a priori las mujeres fueran más buenas que los hombres y los hombres, por serlo, ya estuvieran condenados. (Es similar a esa fantasía de la integración imaginaria del proletariado: la integración imaginaria de las mujeres en un colectivo radical).
Los juegos de dominación atraviesan salvajemente nuestros modos relacionales, y puedo llamar a eso patriarcado. Pero no puedo confundir el modelo explicativo con las personas singulares (ni convertir los quienes singulares compulsivamente en colectivos portadores de unas características), que son producidas en esta grilla de inteligibilidad, más o menos coercitivamente.
Figuras impensables
Es difícil de pensar, porque hasta para ir al baño en un bar, está el mundo organizado así. (Casi tan difícil es pensar sin sexo como pensar sin el par dicotómico yo-otro). Porque el juego de asignación y asunción de lo esperable para cada sexo está naturalizado y encarnado sin mayores pretensiones.
Pero por qué estos quienes singulares que somos nos resignamos a ir y venir dentro de la normativa que establece un segmento de lo posible entre lo macho y lo hembra, si las diferenciaciones son casi infinitas en cada ser? Cómo es que lo llegamos a aceptar como determinadores definitivos de quiénes somos?
Qué pasa o qué ha pasado con la sexualidad? (pensada como dispositivo, como lo propone Foucault). Por qué tienen tanta preeminencia en las categorías que definen el ser que somos? Qué es lo que en realidad quedó capturado en unas prácticas discursivas, sus tecnologías normativas y la subjetividad desde allí producida? Es la sexualidad, o ésta es algo a través de la cual se ha regulado el encuentro (o más bien el desencuentro), para domeñar un modo relacional distinto?
Si las modalidades expresivas de los quienes que somos están moduladas por una diversidad casi infinita de juegos relacionales que no se agotan en los sexos, ¿cómo echar luz, encontrar aquellas palabras llaves, los campos conectivos que nos permitan pensar más allá de esto que se nos aparece como evidente?. No hay aquí también un proceso de «alienación»? Cómo lograr que el espacio y la forma tomen otro carácter, otra movilidad (que implica un corrimiento de la concepción del ser en tanto sustancia siempre igual a sí mismo)? No se trata de negar los cuerpos, pero de qué cuerpos hablaríamos entonces? Cómo revertir el despojo de nuestros cuerpos, convertidos en soportes secos de mandatos e investiduras superfluas?
Es posible pensar la sexualidad como una cuestión ética y estética, al desamparo de toda determinación formal, de toda certidumbre? Pensar una dimensión política de los seres humanos consistente con una vida relacional? Salir del sistema de juicio y asomarnos al valor desde la afectividad?
¿Cómo pensar en términos de devenir el deseo, la ética y la política, cómo imaginar un escenario deseable -¿nuevos territorios existenciales?- sin esas categorías que ya definen parte de una escena?
Afirmación y resistencia. Trazos para un tránsito
Pero entonces, de qué feminismo estaríamos hablando? Nuestra grilla hegemónica ha sido construida en base a unas categorías que justifican la distribución de las diferencias y la institución de un modo relacional configurado en la articulación diferencia/dominación. Esta configuración la llamo patriarcado. Entiendo como movimientos feministas a aquellos que han puesto y ponen en cuestión este modo relacional sin quedarse detenidas en la distribución de las diferencias (y entiendo que con esta distinción, queda afuera un sector importante de lo que comúnmente se llama feminismo).
Muchos de los movimientos feministas han quedado capturados en esas mismas categorías que sostienen el estado de cosas. El intento aquí es poner en cuestión el modo relacional patriarcal (y en este sentido, en tanto tendencia, como transición, también feminismo) produciendo un desplazamiento respecto de esas categorías que constituyen el sistema de pensamiento y vivencial que nos embarga. Es a su vez algo que como feminismo estaría condenado a desaparecer en tanto realización, pues allí estaríamos en un campo abierto que irá encontrando sus propios nombres y modos.
Caos y germen
A punto de partida del tema sexo y géneros, es inevitable arribar a un nudo común a cualquier pensamiento en movimiento, que es la inquietud sobre cómo pensar la cuestión de la transformación. Cómo producir diagramas que muevan las arquitecturas relacionales cristalizadas, para que el pulular de lo múltiple crezca y tome envergadura? Cuáles son los pasajes que cada quien podría recorrer para irrumpir en el modo hegemónico de existencia que nos condena, a cada quien, en su «soledad», a hacer, sentir y percibir siempre lo mismo? En tanto procesos que necesitan de comunidad, (Como solía decir el Toty Flores: «el movimiento tiene que ser de muchos para que sea posible») es inevitable interrogarnos sobre cómo producir resonancia en otros. Desde un movimiento que intenta el ejercicio de un pensamiento autónomo, qué pistas propiciarían ese movimiento? Cómo intensificar lo germinal aceptando el caos y la provisoriedad de todo punto de arribo?
Escrito por Ariana Mira Desplegado colectivamente en Espacio Pensamiento
(1) COLOMBO, Eduardo. El espacio político de la anarquía. Editorial Nordan, Montevideo. 2000. Pág. 15. Esta afirmación de Colombo nos permite pensar al menos tres cosas: en el anclaje empírico como justificación de una producción «imaginaria», en la necesidad de considerar lo empírico en tanto «hechos» (el sexo y la muerte en este caso: hechos biológicos y materiales y por tanto objetivos e independientes de toda ideología). Y la constitución de ambos mecanismos en un dispositivo que oculta la creación humana subyacente (lo que Colombo llama «operador semántico») y que sostiene la existencia de una interpretación del mundo como mirada objetiva, válida y generalizable.