Una Filosofía del porvenir, Ontología del devenir, ética y política. Parte II – Capítulo 2 – Tiempo
Por Annabel Lee Teles
CAPÍTULO 2.1
LA ONTOLOGÍA DEL DEVENIR FUERZA A PENSAR EL TIEMPO
Un acontecimiento singular y distintivo se efectúa en nuestro presente: el acontecimiento de una intensa mutación que trae consigo los medios de expansión de un pensamiento y de una experimentación distinta del tiempo.
Pensar el tiempo resulta difícil, no estamos acostumbrados a ver, a oír sus signos, lo hemos subordinado al curso de la historia, a la regencia de los relojes; lo hemos sojuzgado al transcurrir y a la sucesión, a un tipo específico de movimiento.
Sin embargo, el devenir constantemente brinda sus signos, nos hace señas. Los encuentros, las conexiones no causales nos sorprenden y nos hunden en un mar relacional, en un mar de visiones inusitadas y de sonidos inaudibles que constituyen un universo temporal capaz de estimular experiencias formidables, emergencias intempestivas que muestran una trama dinámica de afecciones, una temporalidad ritmada: eterno retornar que es el ser mismo del devenir.
Nos encontramos en presencia de una mutación peculiar, tanto por su intensidad como por su vertiginosidad. En el mismo instante, experimentamos la emergencia de lo nuevo y la disolución de lo anterior: el antes y el después son simultáneos. Vislumbramos un cambio en el que se juntan todos los cambios anteriores1. Experimentamos una verdadera violencia en el pensamiento que fuerza al pensamiento a expandir sus propios límites. A captar y desenvolver los signos del devenir que disuelve irremediablemente el imperio de la historia y de las cronologías, donde los hechos se ordenan según una sucesión lineal.
Resulta realmente curioso el empeño puesto por el pensamiento occidental en reducir el devenir, hacerlo inteligible capturándolo en esquemas racionales que permiten la ilusión de su dominio.
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Llevamos siglos de apego a lo determinado y a las determinaciones, a la forma y a la materia, al espacio, pero la vida exige al pensamiento. Las transformaciones que son la expresión del devenir en los cuerpos requieren otro modo de concebir el tiempo, otro modo de concebir el cambio y el movimiento. Por ello, decimos mutación y nombramos, de ese modo, las múltiples transformaciones que estamos viviendo y que exceden la temporalidad espacializada a la que nos hemos sometido.
Las mutaciones que implican una multiplicidad de acontecimientos diversos. Los acontecimientos pertenecen al devenir, son expresiones del devenir, cúmulos vibracionales, puro juego de relaciones que se actualizan y se efectúan introduciendo modificaciones profundas muchas veces imperceptibles en el estado de cosas. Puede que nada cambie o parezca cambiar en la historia, pero todo cambia en el acontecimiento, y nosotros cambiamos en el acontecimiento2.
Por momentos quedamos perplejos, no sabemos muy bien cómo, pero los problemas que resultaban irresolubles, que nos aprisionaban, desaparecen. Nos resulta misterioso, algo pasó, no sabemos bien qué. Hay quienes apelan a la magia para explicar el misterio, otros simplemente lo desestiman y lo conjuran a golpes de racionalidad. Pero el misterio no es más que la dificultad de pensar el devenir, de pensar el tiempo. Tiempo como pura relacionalidad, poder de afectar y ser afectado: tiempo de todos los tiempos.
Occidente ha tenido que esperar al siglo XIX para que el pensamiento volviese a decir el devenir, para que volviéramos a escuchar, de un modo absolutamente nuevo, la voz de Heráclito, las voces silenciosas de aquellos que mostraron que sólo un modo distinto de pensar y experimentar el tiempo posibilita la emergencia de otros modos de existencia individuales y colectivos, otros modos de relación con nosotros mismos, con los demás y con el mundo.
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Aún vivimos bajo la regencia del tiempo lineal y cronológico. Tiempo vertiginoso que constituye un mundo de metas a cumplir, de actividades a realizar, de objetos a obtener. Tiempo que nos quita el aliento, que nos obliga a correr hacia adelante, hacia un futuro que hoy amenaza con desaparecer, que nos convierte en muñecos enloquecidos a punto de estrellarnos contra un paredón. Tiempo del nihilismo. Tiempo que nos deja sin tiempo, sin mundo. Sin poder acceder al prodigioso potencial creativo de la vida.
La temporalidad concebida como lineal e histórica se ha vuelto un obstáculo. No brinda los medios adecuados para pensar y experimentar en toda su riqueza la mutación vertiginosa en la que irremediablemente nos encontramos. Limita nuestra experiencia del tiempo, somete y ordena la movilidad relacional impidiéndonos la captación de signos, de conexiones de no contigüidad, de encuentros inusitados.
La determinación espacio-material de la realidad, regida por un tiempo lineal y cronológico, constituye un plano de organización temporal, empírico trascendente en el que creemos y al cual estamos profundamente arraigados. Consideramos dicho plano como la única realidad, sin percibir que ésta no es más que una dimensión entre las múltiples dimensiones que constituyen la realidad temporal en la que estamos insertos.
Una aproximación a la antigüedad filosófica nos permitirá trazar ciertas líneas de comprensión del plan de pensamiento que sostiene el apego a un determinado modo de concebir la realidad como única. Lo que, sin duda, contribuye a evaluar la envergadura del desplazamiento ontológico: el pasaje de una ontología que considera el tiempo como fenoménico y subordinado al movimiento, a una ontología temporal donde el tiempo se enlaza al ser unívoco uno y múltiple a la vez, donde el tiempo-realidad se expresa creando múltiples dimensiones temporales, múltiples dimensiones de realidad.
UN MODO ÚNICO DE CONCEBIR EL TIEMPO
La ontología metafísica tuvo sus comienzos en la Grecia del siglo IV a.C.; ella instauró la primacía del Bien, del Uno y del Ser. La filosofía antigua y medieval relegó el concepto de devenir en favor del concepto de Ser. El Ser se consideró como sustancia, adoptó la nota de la presencia permanente. En esta operación, se privilegió un haz temporal: el presente. El tiempo fenoménico, considerado como el movimiento del antes y el después, da lugar al tiempo de la sucesión, un presente tras otro. Se traza la línea del tiempo, un ahora que sucede a otro ahora, un continuo temporal donde el pasado es un presente que ha sido y el futuro un presente que aún no es.
Una vez más, dirigir la mirada a la antigüedad filosófica hace que circule un poco de aire fresco, estimula al pensamiento y enriquece nuestros interrogantes.
La inteligencia razonada exige lo inmutable. Platón concibe la eternidad como inmutable y la denomina aión. Sin embargo, para que la palabra aión significase eternidad inmóvil, tuvo que efectuarse un cambio semántico3. En principio, aión significaba fuerza vital, vida, duración de la vida, época de la vida; duración de la vida de cada viviente individual; duración sin fin de la vida del viviente cósmico. Según Benveniste4, el significado más originario de aión es fuerza de vida o fuente de vitalidad.
En el Timeo, Platón define el tiempo como la imagen móvil de la eternidad5. El tiempo queda determinado como Chronos 6, se vuelve una imagen que posee la cualidad de ser móvil; corresponde a los fenómenos, a lo generado, a lo visible, tangible: a lo empírico. Se vincula a las noches y los días, al antes y al después.
Platón lo enuncia de esta manera: cuando el padre vio que el universo se movía y vivía como imagen generada tomó la decisión de hacerlo lo más semejante al modelo. El modelo es un viviente eterno e intentó entonces que este mundo constituido por el alma y el cuerpo, en lo posible, lo fuera también. Visto que la eternidad no se puede otorgar a lo generado, realizó una imagen móvil de la eternidad, hizo de la eternidad que permanece siempre en un punto, una imagen eterna que marchaba según el número, eso que llamamos tiempo7.
Platón hace una aclaración significativa, antes de que existiera el mundo no existían los días, las noches, los meses y los años; por ello el demiurgo planeó la generación del tiempo junto con la generación del mundo. De ese modo, él es el era y el será, quedan determinados como predicados de la generación que se da en el tiempo.
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La temporalidad antigua está regida por el concepto de eternidad inmóvil. El tiempo propio de la realidad fenoménica fue concebido desde el punto de vista de una eternidad estática superior. El tiempo como imagen móvil de la eternidad 8 que gira según un número quedó determinado como tiempo fenoménico, sujeto al movimiento del antes y el después: se establece la supremacía de la eternidad inmóvil respecto del devenir.
Aristóteles, al plantear el problema del tiempo continúa de forma peculiar el camino iniciado por Platón. En la Física, encara el problema preguntando por la existencia del tiempo. En primer lugar, nos dice, es preciso determinar si existe o no, para luego estudiar su naturaleza. En el caso del tiempo la cuestión de la existencia se vuelve difícil de captar. Pues una parte de él ha acontecido y ya no es, otra está por venir y no es todavía, y de ambas partes se compone tanto el tiempo infinito como el tiempo periódico9.
El tiempo se divide en partes, algunas de ellas ya han sido, otras están por venir, y ninguna “es”10. El ahora no es una parte, es el límite de ambas del pasado y del futuro. O más exactamente el ahora es el límite extremo del pasado y en él no hay nada de futuro, y es también el límite extremo del futuro y en él no hay nada de pasado 11. Si el ahora fuera una parte tendría duración, pero el ahora no tiene duración, el ahora es, por tanto el cambio no se produce en el ahora sino en el intervalo. En el ahora no hay movimiento alguno. El ahora es uno y el mismo, es indivisible.
El tiempo para Aristóteles no es un movimiento, pero no hay tiempo sin movimiento ni cambio. Percibimos el tiempo junto con el movimiento 12. El tiempo y el movimiento se perciben juntos, no se puede pensar el tiempo separado del movimiento, puesto que, o bien el tiempo es movimiento, o bien es algo relacionado con él. El tiempo se conoce cuando al determinar el antes y el después, se determina el movimiento. Y el antes y el después en el movimiento se conoce por algo que se desplaza en él. (…) cuando tenemos la percepción del antes y después en el movimiento, decimos entonces que el tiempo ha transcurrida13. (…) Porque el tiempo es justamente esto: número del movimiento según el antes y después14. Pero vale aclarar, el tiempo es lo numerado, no aquello mediante lo cual numeramos15.
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El ahora enlaza el pasado con el futuro, juega un papel fundamental en esta estructuración del tiempo. Es evidente, entonces, que si no hubiese tiempo no habría un ahora y que si no hubiese un ahora no habría tiempo. (…) El tiempo es, pues continuo por el ahora y se divide en el ahora16. El ahora es la continuidad misma del tiempo, es el límite del tiempo en tanto es el comienzo de un tiempo y el fin de otro17. Por ello es posible concluir que para Aristóteles18 (…) en sentido absoluto, el tiempo es número de un movimiento continuo, no de cualquier clase de movimiento19.
El tiempo quedó unido al movimiento continuo20, a la sucesión, en definitiva a la linealidad, también a la cronología y a la historia. Abandonar el tiempo lineal como modo único del tiempo es un aprendizaje temporal, al cual nos impulsa el tiempo mismo.
En nuestra época, el tiempo fuerza una modificación, impone un desplazamiento crítico, el abandono de la subordinación del tiempo al movimiento, de la creencia en el tiempo lineal histórico como único modo del tiempo. Y, también, fuerza a la afirmación de una ontología temporal, a la apertura de una temporalidad múltiple, a concebir distintas dimensiones temporales en coexistencia simultánea. El tiempo expresivo configurándose en capas, la realidad configurándose en capas: múltiples dimensiones de realidad, múltiples dimensiones temporales.
DIFICULTADES PARA PENSAR EL TIEMPO
Uno de los obstáculos para la emergencia de un pensamiento y una experiencia distinta del tiempo radica en la vigencia de un modo de pensamiento, de un plan de inteligibilidad, que inhibe la posibilidad de concebir el universo como vibracional y temporal, como mundo-devenir, pura potencia metamorfósica y creadora que nos envuelve y nos constituye.
El plan de inteligibilidad regente supone un mapa conceptual con determinados elementos: una realidad básica, considerada como fenoménica que se ofrece a un hombre-observador, portador de una inteligencia razonada, por medio de la cual es capaz de conocerla y manipularla, y una estructura trascendente que organiza los componentes, distribuye sus movimiento y otorga sentido y valor a toda la formación.
Las riquísimas variaciones de este plan, las innumerables modificaciones de la racionalidad que trajeron consigo diferentes modos de concebir la estructura de la realidad –teológico-moral, matemático, biológico, etc. – no modificaron la estructura básica del plan. Se subestima su solidez cuando se cargan las tintas sobre la trascendencia, cuando se pretende que la disolución del elemento trascendente puede traer una variación en los efectos de control y dominio. El problema no es el Ente Supremo, sino la vigencia de un plan de pensamiento empírico-trascendente que obtura la inmanencia, que no permite la emergencia del tiempo-animación universal.*
El plan de pensamiento regente dificulta el pensamiento de una ontología del devenir, puesto que sostiene la creencia de que los hombres y las mujeres en tanto seres separados entre sí y del mundo, se encuentran desprovisto, enfrentados a las cosas y necesitan de elementos trascendentes que los gobierne, organice y legitime.
Sin embargo, un pensamiento del tiempo y el ser no ha dejado de insistir, creando planos de pensamiento que, en su afirmación, resisten a la regencia del plano empírico-trascendente. La riqueza de un plan de pensamiento temporal consiste en su contribución a la emergencia de mundos-devenir, donde cielo y tierra se unan en el juego eterno de las diferencias diferenciantes.
TEXTO
“…Hace muchos años que, mientras observo todas esas minúsculas momias, medito sobre esa simplificación absoluta que es el preludio de una maravillosa metamorfosis. Busco equivalentes. La emoción, por ejemplo. Sí, la emoción, o si lo prefieres, el miedo.
–El miedo… Una hermosa mañana de abril te paseas por el parque del castillo. Todo invita a la paz y a la felicidad. Te entregas, te abandonas a los olores, a los ramajes, al viento tibio. Y de pronto surge un animal feroz que va a arrojarse sobre ti. Hay que hacerle frente, prepararse para el combate, un combate para salvar la vida. Una gran emoción se adueña de ti. Durante unos segundos te parece que tus pensamientos se baten en retirada, no tienes fuerzas para pedir socorro, los brazos y las piernas ya no obedecen a tu voluntad. Eso es lo que se llama el miedo. Yo lo llamaría la simplificación. La situación exige de ti una metamorfosis radical. El paseante despreocupado ha de convertirse en un combatiente. Lo cual no se puede hacer sin una fase de transición que te licue como hace la ninfa dentro del capullo. De esa licuefacción ha de salir un hombre dispuesto para la lucha. ¡Confiemos en que sea a tiempo!”
Tournier, M., Gaspar, Melchor y Baltasar.
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1 Blanchot, M., El diálogo inconcluso, Monte Ávila, Caracas, 1993, p. 423.
2 Deleuze, G. y Guattari, F., ¿Qué es la filosofía?, Anagrama, Barcelona, 1993, p. 113.
3 “Los motivos de tal cambio han sido explicados por A. J. Festugiere al indiciar que ya en el siglo V a.C. se produjo (entre algunos trágicos griegos) una extensión del concepto ‘período de vida’ al concepto ‘de un cabo al otro de la vida’. Al ser concebida la vida en un sentido suficientemente amplio, se convirtió en ‘vida sin fin’, y de ahí en ‘eternidad’” (…). Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía, Alianza, Madrid, 1980, p. 3240.
4 Ferrater Mora, J., Diccionario de Filosofía, cit., p. 3240. Chronos se distingue de aión, significa tiempo en general, época determinada, período, duración del tiempo.
5 Platón, Timeo, 37d, Diálogos VI, Gredos, Madrid, 1997, p. 182.
6 Chronos se distingue de aión, significa tiempo en general, época determinada, período, duración del tiempo.
7 Platón, Timeo, 37e, Diálogos VI, cit., p. 182.
8 Op. cit., 37d, p. 182.
9 Aristóteles, Física, IV10218a, Gredos, Madrid, 1998, p. 264.
10 Ibid.
11 Op. cit., VI3233b234a, p. 347.
12 Op. cit., IV11219a, p. 269.
13 Op. cit., IV11219a, p. 269.
14 Op. cit., IV11219b, p. 271.
15 Ibid.
16 Op. cit., IV11220a, p. 274.
17 Op. cit., IV13222a, p. 282.
18 Hemos trazado aquí un breve esbozo de la cuestión del tiempo en la filosofía de Aristóteles, que deja de lado ciertas líneas relevantes en relación a la noción de movimiento, no sólo en la Física, sino también en la Metafísica. La teoría del movimiento se enlaza a la distinción entre materia y la forma, de la cual se deduce la necesidad del primer motor, y se plantea en relación a la pareja de conceptos potencia y acto que liga la noción de movimiento a la forma y a la materia.
19 Aristóteles, Física, IV11220a, cit., p. 274.
20 Plotino en Sobre la eternidad y el tiempo, Enéada III-7-8, afirma: “no es posible identificar el tiempo con el movimiento: ni con todos los movimientos tomados juntamente y como reducidos a uno solo, ni con el ordenado”. Por su parte plantea: “Si, pues, uno dijera que el tiempo es la vida del Alma en movimiento de transición de un modo de vida a otro, ¿parecería decir algo con sentido?”, (III-7-11) y más adelante: “Entonces, ¿también en nosotros hay tiempo? –Sí, en toda alma de la misma especie y en todas del mismo modo. Todas son una sola”. (III-7-14). Plotino, Enéada III-IV, Gredos, Madrid, 1985. El texto de Plotino muestra la posibilidad de distintos modos de pensar el tiempo.
CAPÍTULO 2.2
DELEUZE: IMAGENMOVIMIENTO / IMAGENTIEMPO 1
Deleuze escribe Estudios sobre cine 1 y 2, La imagen-movimiento y La imagen-tiempo, ambos libros significan una verdadera creación conceptual, y expresan la peculiar resonancia entre el pensamiento filosófico y el pensamiento cinematográfico. Los textos deleuzianos abren caminos, aquí sólo seguimos algunos, los que nos permitieron abrir dimensiones en el pensamiento y nos ofrecieron herramientas para pensar la intrínseca relación de tiempo y ser.
La imagen-movimiento y la imagen-tiempo expresan modos de pensar, de percibir y experimentar el tiempo, regímenes temporales distintos que muestran sus efectos a nivel de las modalidades existenciales individuales y colectivas. Específicamente, la imagen-tiempo presenta una imagen del pensamiento que impulsa a concebir visiones temporales de nuestra propia experiencia.
LA IMAGEN-MOVIMIENTO
El cine muestra el automovimiento de la imagen. La imagen cinematográfica pone de manifiesto un modo de pensar y concebir el tiempo, un régimen temporal. En la imagen-movimiento el tiempo se subordina al movimiento, por ende, esta imagen aporta una representación indirecta del tiempo. El movimiento normal y uniforme subordina al tiempo, el tiempo como número o medida del movimiento según el antes y el después2, aún se sigue bajo la influencia de Aristóteles. Los movimientos pueden ser variados rítmicos o intensivos, pero deben ser normales.
El movimiento se considera normal cuando está determinado y regulado. Para ello se requiere de un espacio, de un móvil que se desplaza desde un punto inicial a un punto final y de un espectador capaz de realizar la observación de cuantificarla y medirla. Las relaciones que se establecen son localizables, poseen encadenamientos actuales, conexiones causales y lógicas. El movimiento integra un campo de fuerzas, de oposiciones y tensiones que remite a leyes que organizan y distribuyen las fuerzas en el espacio. Las imágenes propias de la imagen-movimiento poseen un encadenamiento racional, de asociación, de contigüidad, de semejanza, de contraste o de oposición.
La imagen-movimiento nos ofrece distintas representaciones indirectas del tiempo, las más significativas son la forma empírica, el curso del tiempo como sucesión de presentes según el antes y el después y la totalidad abierta, el movimiento en el espacio como el todo que cambia.
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Por su parte, resulta especialmente interesante ver el correlato entre el régimen temporal propio de la imagen-movimiento y la vida de los personajes que se desarrolla de acuerdo a esquemas sensoriomotrices, esquemas de acción y reacción.
Según Deleuze, la Segunda Guerra Mundial trae consigo la ruptura de los esquemas sensoriomotrices, pone en cuestión el cine de la imagen-movimiento y transforma profundamente el régimen de verdad. La vida misma y el cine muestran situaciones ante las cuales ya no se puede reaccionar, los personajes quedan paralizados en medios donde no existen espacios determinados, en espacios cualesquiera vacíos o desconectados.
El personaje que percibe, padece y reacciona, sufre un colapso, ya no es capaz de reaccionar, de actuar, sólo percibe y la percepción misma se transforma, otro tipo de visión, otra audición; se encuentra en situaciones que no se prolongan en acciones y reacciones, situaciones ópticas y sonoras puras que traen consigo imágenes-tiempo que no tienen que ver con el antes y el después, ni con las sucesiones.
LAS SITUACIONES ÓPTICAS Y SONORAS PURAS
Las situaciones ópticas y sonoras puras ni se prolongan en acciones ni son inducidas por una acción. Captan lo insoportable. El esquema sensoriomotor propio de la imagen-movimiento se rompe, las percepciones y acciones no se encadenan, los espacios no se coordinan, aparecen relaciones no localizables y de no contigüidad.
La imagen-tiempo muestra presentaciones directas del tiempo, una relación distinta entre el tiempo y el movimiento, la imagen se libera de los encadenamientos sensoriomotores, escapa al mundo de los tópicos, de las situaciones previsibles y establecidas.
En las situaciones ópticas y sonoras puras, los personajes son verdaderos videntes, no pueden reaccionar, no saben cómo responder. El personaje entra en un ir y venir, aparentemente indiferente a lo que le sucede, ha ganado en videncia pero ha perdido la posibilidad de reaccionar, lo que no significa inmovilidad sino una posibilidad de movimiento y de acción diferente. Una percepción activa capaz de acceder a otras dimensiones temporales, a otros modos de la realidad. Se establecen vínculos diferentes que ya no son sensoriomotrices, vínculos que colocan a los sentidos emancipados en una relación directa con el tiempo, con el pensamiento. Hacer sensible el tiempo, el pensamiento, hacerlos visibles y sonoros3.
La situación sensoriomotriz regía la representación indirecta del tiempo como consecuencia de la imagen-movimiento. La situación óptica y sonora pura se abre a una imagen-tiempo directa que se hace presente gracias a signos ópticos, auditivos y también signos de pensamiento: opsignos, sonsignos y noosignos.
LA IMAGEN-TIEMPO
La imagen-tiempo muestra una presentación directa del tiempo, ya no una representación indirecta como en la imagen-movimiento; ella se efectúa en un juego virtual/actual/virtual. El tiempo adquiere carácter trascendental.
La imagen-tiempo no alude ni a un tiempo metafísico como totalidad abierta, ni a un tiempo empírico, como sucesión de presentes. El tiempo abandona la subordinación del movimiento. Se crea una relación distinta entre el tiempo y el movimiento, puesto que el movimiento se vuelve aberrante, anormal; ya no depende del espacio, da lugar a relaciones no localizables y de no contigüidad. El movimiento muestra su esplendor. El tiempo deja de ser la representación indirecta o el número del movimiento, pues escapa a las relaciones de número: el tiempo se presenta como apertura infinita.
LOS CRISTALES DEL TIEMPO
La imagen-tiempo nace cuando la imagen actual entra en relación con una imagen virtual, se constituye una imagen bifaz actual y virtual: una imagen actual y su propia imagen virtual.
Se parte de una imagen-percepción cuya naturaleza es ser actual. La imagen actual tiene una imagen virtual que le corresponde como un doble y entra con ella en un juego constante: lo virtual se vuelve actual mientras éste se vuelve virtual. La imagen actual y su imagen virtual son distintas pero indiscernibles, no cesan de intercambiarse, constituyen un punto físico irreductible, una unidad indivisible de una imagen actual y su imagen virtual.
Surge, así, una imagen-cristal que muestra la coalescencia de lo actual y lo virtual. El tiempo se ve en el cristal, los signos que se ven en el cristal son los gérmenes del tiempo. Lo que vemos en el cristal no es el curso del tiempo como sucesión de presentes, ni como totalidad abierta, sino su presentación directa. El tiempo surge en el cristal; en él surge la poderosa vida no orgánica que encierra el mundo, dimensiones de realidad que poseen movilidad relacional, donde se configuran composiciones diversas, acontecimientos.
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El cristal es expresivo4. Lo que se ve en el cristal es la operación del tiempo, su desdoblamiento constante, su escisión entre presente y pasado. Lo que es actual es el presente, pero el pasado no se constituye después del presente que él ha sido, sino que es pasado, al mismo tiempo que es presente. El presente es la imagen actual y su pasado coextensivo es la imagen virtual.
El pasado es contemporáneo del presente, pero se trata de un pasado que no fue jamás presente, es contemporáneo porque se presenta siempre como ya-ahí. El presente que pasa lo supone, puesto que el pasado en su existir como ya-ahí lo hace pasar. El pasado como elemento puro del tiempo coexiste con el presente y el presente no es más que el grado más contraído de ese pasado coextensivo a él.
La imagen-cristal muestra el tiempo que se desdobla a cada instante, en presente y pasado, presente que pasa y pasado que se conserva: el pasado que los recuerdos evocan y las percepciones suponen.
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El presente pasa, el tiempo es pasar, es devenir, pero no pasa para ser pasado y dar lugar al futuro, como lo entendemos habitualmente, gracias a un modo de comprender el tiempo que privilegia el ser y la presencia, el tiempo como sucesión lineal. El presente pasa al mismo tiempo que es presente5. El tiempo, presencia y devenir a la vez, se desdobla en dos chorros. El presente, si no fuera ya pasado al mismo tiempo que presente, no pasaría. Si no fuera eternidad-devenir, al mismo tiempo que presente, el presente no pasaría.
La imagen-cristal es actual y virtual a la vez. Presente y pasado son contemporáneos, coexisten y se muestran en ese punto de coalescencia, donde no cesan de intercambiarse, mostrando la operación del tiempo que se expresa en todos los momentos de nuestras vidas. A cada instante se presentan estos dos aspectos: actual y virtual, percepción por un lado y recuerdo por el otro. El recuerdo no se actualiza, es correlativo de la imagen actual y con ella forma el circuito más pequeño, actual-virtual, en el mismo momento miramos y recordamos.
Las imágenes-recuerdo nos acercan a las puertas del tiempo pero son una representación indirecta, ellas captan un antiguo presente, respetan el curso empírico del tiempo. Para que la imagen-tiempo nazca es preciso que la imagen actual entre en relación con su imagen virtual. De ese modo, accedemos a una captación del tiempo absolutamente distinta. El tiempo como materia prima, como universal devenir6. Los acontecimientos no se suceden según un curso cronológico, sino que se distribuyen según su pertenencia a las distintas capas de pasado, pero todas las capas coexisten. Las capas de pasado coexisten, son extractos de donde surgen nuestras imágenes-recuerdo y se establecen vínculos no localizables siempre en movimiento de un plano a otro. El pensamiento es justamente ese conjunto de relaciones no localizables entre todas esas capas, la continuidad que las enrolla y las desenrolla sin detenerse jamás. La imagen-tiempo se extiende en una imagen-pensamiento.
El tiempo se manifiesta como pasado, como la coexistencia de capas, de círculos más o menos dilatados, más o menos contraídos. El presente como un pasado infinitamente contraído se constituye en la punta más extrema del pasado como ya-ahí. Los planos de pasado coexisten, se trata de un tiempo no cronológico.
No hay presente que no esté poblado de pasado y de futuro, puesto que cada presente contraído coincide con un pasado y un futuro sin los cuales él mismo no pasaría. Según Deleuze, el cine moderno, muestra este pasado y este futuro que coexisten con el presente y de ese modo hace una presentación directa o trascendental del tiempo.
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Deleuze muestra, a su vez, otras dos imágenes-tiempo. La que aquí nos hemos propuesto focalizar es la que se basa en el pasado, que muestra la apertura al tiempo como instancia trascendental. De todos modos, las tres imágenes al comunicarse entre sí abren, señalan una dimensión del pensamiento y de la experimentación del tiempo.
Someramente, diremos que la segunda imagen se basa en el presente. Al igual que el pasado tuvo que desprenderse y distinguirse de la imagen-recuerdo que lo actualizaba, el presente debe desprenderse de su propia actualidad. Para concebir el tiempo tal cual se expresa aquí es preciso instalarse en el interior de un solo y mismo acontecimiento y sustituir la vista longitudinal por una vista vertical.
De ese modo, se descubre un tiempo interior al acontecimiento, donde se vislumbran puntas de presentes simultáneas y desactualizadas, en movimiento constante, que se captan gracias a conexiones de no contigüidad. El tiempo es interior al acontecimiento que ya no requiere determinación, ni se confunde con el espacio que le sirve de lugar. El mundo se torna acontecimiental y el tiempo, a su vez, se vuelve mundo de múltiples mundos.
La tercera imagen-tiempo se distingue de las anteriores. En la primera se mostraba la coexistencia de las capas de pasado, de las relaciones entre estas capas. La segunda mostraba la simultaneidad y las conexiones de no-contigüidad entre los presentes desactualizados. La tercera concierne a la serie del tiempo que reúne el antes y el después en un devenir que no se separa; una imagen-tiempo directa que no aparece en un orden de coexistencia o simultaneidad, sino que es un devenir como potencialización, como serie de potencias.
En relación con el concepto de imagen-tiempo, el texto de Deleuze nos impulsa a pensar en una concepción del tiempo como pura virtualidad que se actualiza en un juego eterno de afectante y afectado, la afección de sí mismo por sí mismo como definición del tiempo7.
MEMORIA
La memoria nos sumerge en el tiempo, no está en nosotros, somos nosotros quienes nos movemos en una memoria-ser, en una memoria-mundo.
Memoria-mundo que hace venir el pasado y el futuro a la vez. Trae del pasado lo que se sustrae al recuerdo. Se distingue profundamente de una memoria psicológica como facultad de evocar recuerdos en la medida que la memoria psicológica nos conduce a una imagen-recuerdo que es un antiguo presente incrustado en la línea del tiempo. Se distingue también, de una memoria colectiva como reservorio imaginario de un pueblo existente.
La memoria no se concibe como la facultad de tener recuerdos; ella constituye una vida moviente, la del mundo, la de las singularidades intensivas y pone en conexión de modos diversos las distintas dimensiones de la realidad.
La memoria-mundo muestra el tiempo de la universal variación, la coexistencia de planos, de dimensiones temporales. Actualiza un recuerdo como pura virtualidad, presenta el antiguo presente que el pasado fue: recordar no es imaginar. Una memoria en función del futuro no transmite un relato, retiene lo que sucede para dar lugar a lo nuevo.
TEXTO
“[…]
El poema de la duración es un poema de amor.
Trata de un flechazo,
al que siguieron luego muchos flechazos como éste.
Y este amor
no tiene la duración en ningún acto concreto,
más bien en un antes y un después
en el que, por el nuevo sentido del tiempo que depara el amor,
el antes era el después
y el después el antes.
Nos habíamos unido
antes de unirnos;
seguimos uniéndonos
después de habernos unido,
y de este modo, años y años, estuvimos
cadera con cadera, aliento en aliento,
uno al lado del otro.
[…]”
Handke, P., Poema a la duración, p. 41.
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1Este capítulo se desarrolla especialmente en base al texto de Gilles Deleuze, La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, Paidós, Barcelona, 1985.
2 Aristóteles, Física, IV14223a, Gredos, Madrid, 1998, p. 286.
3 Deleuze, G., La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, cit., p. 32.
4 Op. cit., p. 105.
5 Op. cit., p. 136.
6 Op. cit., p. 157.
7 Op. cit., p. 116.
CAPÍTULO 2.3
EL TIEMPO, NI VISIBLE NI INVISIBLE
Las ideas pugnan por encontrar los medios de su expresión, las palabras se sustraen permanentemente. Cómo decir el tiempo sin apelar a las guerras y a los Estados, a la historia. El tiempo atraviesa el pensamiento, fuerza la búsqueda, es la presencia de un impensable en el pensamiento. Las palabras se vuelven lentas. La pregunta por el tiempo insiste…
El tiempo histórico es el horizonte temporal en el que nos movemos habitualmente. Los hechos que lo pueblan están conectados entre sí por relaciones causales y localizables que se clarifican mediante el entendimiento y el análisis crítico. Los hechos constituyen las entidades últimas de una realidad en movimiento, cuyos ciclos y oscilaciones se pueden determinar con acertada precisión.
Pero existen algunos momentos en los que el tiempo se presenta como algo inasible. Las relaciones se oscurecen, una masa temporal se contrae o se distiende. Las horas corren vertiginosas o se estiran hasta la desesperación: experimentamos el tiempo vivido, el tiempo de las noches y los días. Tiempo extraño, que se confunde con sensaciones, con cúmulos de emociones; experiencias de un tiempo que intenta salirse de su cauce pero que fácilmente logramos dominar.
El tiempo mismo impulsa el desplazamiento, el pensamiento sufre una violencia, vislumbra y configura otras dimensiones temporales. Se producen fisuras por donde se cuelan otros aires, pensamientos que proceden de tierras extrañas, de esas otras dimensiones del mundo que raramente somos capaces de percibir, de ver y oír.
DEVENIR Y MUTACIÓN
La antigüedad filosófica vinculó el devenir a la generación y a la corrupción, al nacimiento y a la muerte. Se concibió el devenir en oposición al ser inmutable y, de acuerdo a las exigencias de la racionalidad, el devenir quedó devaluado. Heráclito fue silenciado… pero no sepultado.
A finales del siglo XIX, con la filosofía nietzscheana, el devenir adquirió una nueva potencia al relacionarlo con la voluntad de poder y el eterno retorno. La potencia de un tiempo retornante fuerza una mutación, estimula al pensamiento a crear nuevos modos de pensar y de percibir, distintas captaciones visuales y sonoras que se vuelven imperiosas por ser la posibilidad de una experimentación alegre de las múltiples mutaciones de la vida.
El pensamiento del devenir abre puertas y ventanas a lo más próximo y a lo más lejano, a las intensidades brillantes, a las dimensiones de la realidad que se distinguen de la exterioridad propia de los planos de organización, imperio de la formas, de los sujetos y de los objetos. El devenir mismo es potencia afectiva, poder de afectar y ser afectado, relación de fuerzas que se encarnan en la historia. Las fuerzas del devenir traen consigo la transformación. La mutación concierne a las fuerzas y no a las estructuraciones históricas solidificadas. El devenir es la expresión genuina de la mutación.
Concebimos el tiempo como relacionalidad pura, como devenir, materia-ser plástica y creadora que se expresa en el juego de la diferencia y la repetición, del eterno retorno. Pensar el eterno retorno como lo propio del devenir es la posibilidad de enriquecer la vida individual y colectiva. Y esto se produce cuando comenzamos a darnos cuenta de que algo insiste, cuando nos percatamos de que ciertas singularidades se repiten, provocan alteraciones en el espíritu, fuerzan la aparición de una vida nueva.
Afrontamos la presencia directa del tiempo, ni visible, ni invisible; de la inmanencia temporal como instancia trascendental capaz de configurar nuevas imágenes de pensamiento y nuevas dimensiones de realidad.
EL TIEMPO LINEAL
El tiempo lineal genera las condiciones de una experiencia temporal que focaliza el origen y el fin; los hechos comienzan, terminan, siempre una monótona sucesión de principios y finales. Al aceptar sin más el tiempo lineal, aceptamos su imperativo: todo ocurre de una vez y para siempre; y, de ese modo, cerramos la puerta al pensamiento y a la experiencia del retorno, de la repetición como producción de lo nuevo.
Las exigencias del tiempo lineal-histórico y de la percepción consciente establecen un comienzo, una sucesión y un fin. El proceso se considera como un transcurrir que se opera entre un estado inicial y un estado final. Una sola dirección y un desarrollo sucesivo. A lo sumo, se admiten algunos saltos, algunas bifurcaciones, la dirección siempre es la misma. El proceso es considerado como el cauce de un río que tiene una dirección determinada. De ahí, ese gusto por los cortes, ese empeño en los finales, en desechar como pasado y acabado aquello que resulta desagradable o intolerable, y que, en definitiva, no hace más que aparecer, una y otra vez, disfrazado, envuelto en la apariencia de un futuro novedoso.
El tiempo lineal nos conduce irremediablemente al problema del futuro. El futuro se determina como una proyección pesimista u optimista del presente. Lo nuevo, desde esta perspectiva, no es más que una modificación del actual estado de cosas. La posibilidad de su emergencia desaparece, la creatividad se subordina a lo ya existente. El problema del futuro se agrava cuando las condiciones de existencia se vuelven inciertas, cuando las esperanzas se derrumban y las predicciones fallan. El futuro se vuelve inalcanzable. Es preciso negarlo. Sólo queda, entonces, el arraigo al presente y el escepticismo.
Un modo distinto de pensar y experimentar el tiempo insiste. El futuro se distingue del porvenir. El surgimiento permanente de diferencias intensivas lo afirman. El porvenir expresa las potencias creativas propias del tiempo que traen consigo la emergencia de lo nuevo.
El universo vibracional, afectividad pura, es tiempo: creación de diferencias que se singularizan en el juego de la repetición diferenciante. El tiempo mismo es creación; mutación y transmutación, eterna repetición de las singularidades en el juego de su propia singularización.
LA REPETICIÓN1
Pensar la repetición ofrece ciertas dificultades. A menudo, la repetición aparece asociada al hábito, o a la rutina; también, a una memoria personal pertinaz y testaruda. De ese modo, se oculta su riqueza, la potencia que la anima, el perpetuo desplazamiento de las diferencias diferenciantes. La rutina borra las diferencias, las engulle, reafirma el tiempo lineal. Subordina el tiempo a un presente sucesivo y a un futuro como reproducción modificada del presente: obtura la posibilidad de lo nuevo y del porvenir.
La vida se empobrece cuando el hábito le sustrae a la repetición la diferencia. La anulación de las diferencias intensivas hace de la vida una tierra yerma, puesto que son las diferencias las que traen las potencias genésicas del mundo.
La memoria, al igual que el hábito, se encuentra capturada por una temporalidad lineal y cronológica. La memoria personal individual o colectiva se presenta como el reservorio de lo ya vivido. El pasado rige sobre la memoria. Asociada a la memoria, la repetición se vuelve monótona, sólo trae el recuerdo de lo ya pasado. Queda sometida a una instancia inicial, a una traza efectuada en un origen determinado como primordial.
La repetición de la memoria, así como la repetición del hábito, culmina por impedir el surgimiento de las diferencias. Es preciso realizar un pensamiento de la repetición que no se detenga en las repeticiones mecánicas y estereotipadas; un pensamiento del tiempo como creación permanente que estimule el surgimiento, en todo su esplendor, de una repetición como transporte de lo nuevo. Tal pensamiento acompaña el desplazamiento propio de la ontología del devenir, brinda la posibilidad de pensar un concepto de repetición capaz de percibir y experimentar las repeticiones que desplazan un diferencial, que traen consigo la mutación, la alegría de la diferencia.
TIEMPO
El pensamiento de la ontología del devenir realiza el desplazamiento, deja de pensar en lo que existe dentro del mundo, el hombre, las cosas, incluida la trascendencia para pensar en el mundo como envolvente, integrador, como mundo-devenir.
El tiempo es movilidad vibrante, potencia creadora que se expresa en dimensiones. El universo, en tanto universo vibracional, es temporal; potencia mutante que se configura en múltiples planos de inmanencia poblados de acontecimientos, composiciones temporales que pasan y no cesan de pasar. El tiempo nos pone en presencia de la potencia de la relacionalidad, del juego eterno de relaciones entre relaciones, de afecciones no localizadas. Se actualiza en planos de consistencia. El tiempo virtual y actual a la vez, se expresa en planos de composición que son instancias de relacionalidad pura, de resonancia y comunicabilidad, de encuentros entre singularidades intensivas entre cúmulos temporales, entre acontecimientos.
El tiempo, inmanencia trascendental, se realiza en un movimiento de expansión y contracción, vaivén permanente gracias al cual las singularidades se repiten: el eterno retorno. El ser del devenir es el retornar, la expresión genuina de lo singular, que nada tiene que ver con la reaparición periódica de los hechos, con una evolución circular del mundo único regido por la revolución eterna de los astros. El tiempo, eternidad moviente, es repetición de la diferencia y diferencia en la repetición como modalidad genésica del universo.
ACONTECIMIENTOS
El tiempo, devenir poblado de acontecimientos, composiciones temporales, se expresa en múltiples dimensiones. La historia es una dimensión del tiempo, compuesta a su vez de sus propias capas de pasado. Ella se constituye gracias a la animación constante del tiempo. Los hechos no son los que se repiten en la historia, la repetición es el movimiento del devenir, la condición bajo la cual la historia se desarrolla y algo nuevo se produce.
Se considera a la historia exclusivamente como una sucesión lineal de pasado, presente y futuro. Sin embargo, en ella se producen constantes entrecruzamientos temporales que dan a la historia un carácter dinámico y muchas veces enigmático. Nunca la sucesión lineal fue el único movimiento de la historia, en ella existen circulaciones diversas que dan al tiempo histórico la riqueza y la posibilidad de su proliferación. La historia es una dimensión temporal. El tiempo se expresa en la historia, ella es su expresión, los acontecimientos son lo expresado, los que se encarnan en los hechos que la constituyen.
Los acontecimientos se efectúan en la historia, son singularidades intensivas que se encarnan en ella. Pero siempre hay algo en el acontecimiento que se escapa a su efectuación, que se sustrae a toda encarnación, que no puede ser atrapado por la historia en su lineal sucesión de presentes. Los acontecimientos se efectúan en la historia, pero reservan para sí cúmulos intensivos que exigen al pensamiento, a la experiencia a una percepción peculiar del tiempo.
Los acontecimientos son presencias directas del tiempo, composiciones temporales, virtualidades en permanente actualización que el tiempo mismo nos fuerza a captar. Los acontecimientos expresan la mutua pertenencia de la existencia y el tiempo. Captar los acontecimientos es hundirse en ellos, experimentar la propia existencia en relación a los demás y al mundo. Los acontecimientos requieren para su actualización y efectuación de planos de inmanencia, de cuerpos de distintas consistencias: cuerpos espirituales, cuerpos materiales. El tiempo se expresa en acontecimientos que se actualizan y se efectúan en múltiples dimensiones.
Los acontecimientos pertenecen al devenir, son singularidades intensivas, esencias temporales que se comunican entre sí. La esencia se temporaliza, no es determinación formal, no es aquello mediante lo cual las cosas son lo que son. El devenir en la esencia se encuentra complicado, enrollado a punto de ser desplegado. La esencia es singularidad intensiva, poder de afectar y ser afectado, cúmulo vibracional, relacionalidad temporal: acontecimiento.
UN MODO DISTINTO DE PENSAR EL TIEMPO DE LA HISTORIA
El tiempo histórico se realiza sobre una línea de pasado, presente y futuro, donde el haz temporal fundamental es el presente. El pasado es un presente que ha sido, el futuro un presente que vendrá. Abandonar la línea histórica, como única forma de pensar el tiempo, es también la posibilidad de pensar en la historia desde una perspectiva distinta.
El tiempo se vuelve trascendental, un campo inmanente donde el pasado, el presente, el futuro coexisten, y se distinguen sólo y gracias a la repetición. El pasado deja de representar el presente que ha sido, se conserva en sí como pasado, simultáneo al presente, es virtual y real a la vez. El acontecimiento emerge del tiempo en tanto que pasado, se actualiza y se efectúa, se repite en el presente y es en el mismo instante futuro. El presente pasa, conserva el pasado y convoca la repetición diferenciante del futuro. El futuro afirma la diferencia en la repetición, da lugar al porvenir como emergencia y realización de lo nuevo, gracias a la animación del tiempo, a la repetición en el eterno retorno. La historia encarna el devenir. El presente, el pasado y el futuro se vuelven la expresión del movimiento de despliegue, pliegue y repliegue, propio de una temporalidad trascendental.
LA MEMORIA-MUNDO
La memoria, habitualmente, se presenta como un reservorio de recuerdos adormecidos, posibles de ser reanimados por una conciencia activa. Se considera la memoria como la facultad de recordar datos, información y ciertos hechos sucedidos.
La memoria pertenece a un sujeto individual racional y consciente que en tanto recuerdo compartido puede colectivizarse. La memoria procede mediante instantáneas, recompone el pasado con presentes, actúa como si el pasado se constituyese como pasado después de haber sido presente. El pasado siempre se considera relativo al presente, al presente que ha sido y al presente desde el cual se convoca el recuerdo. Tal consideración de la memoria se sostiene en una concepción lineal y cronológica del tiempo, impone un recorrido temporal determinado, de un presente actual a un presente que ha sido. Sin duda, a la memoria considerada como facultad de recordar se le escapa algo esencial: el tiempo, el juego permanente del retorno.
La memoria psicológica, sujeta a la conciencia y también al tiempo lineal-cronológico, hegemoniza la comprensión de la memoria y el recuerdo. Sin embargo, por momentos somos sorprendidos por bloques de tiempo, bloques de mundo, que se resisten al recuerdo evocativo, al imperio del presente, del tiempo lineal. Surgen acontecimientos-imágenes que no admiten ninguna reducción al presente, ni al pasado como presente que ha sido, exigen un esfuerzo espiritual y mental que muchas veces preferimos no realizar.
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Proust2, en su novela, ofrece ciertas pistas, en el célebre texto que evoca el sabor de la magdalena. En él, muestra cómo el gusto de la magdalena mojada en el té provoca la difícil emergencia de un Combray que nunca había sido vivido; impulsa el movimiento y la realización de la potencia de una memoria que nos trae un bloque de tiempo en estado puro. Una memoria diferente trae a la presencia un Combray singular que expresa un conjunto de intensidades desconocidas, aspectos absolutamente nuevos; como si la memoria fuera capaz de actualizar bloques de vida que, de otro modo, no podríamos vislumbrar.
El recuerdo de Combray surge como un bloque de pasado que ya no es relativo al presente que ha sido, ni al presente en relación al cual ahora es pasado. Proust abre un camino para pensar una memoria trascendental que trae bloques de un tiempo distinto, no mediatizado por el presente: una presencia directa del tiempo. El recuerdo de Combray no se confunde con la imagen-recuerdo de un hecho vivido, es provocado por una sensación peculiar, por una sensibilidad trascendental que enlaza su potencia a la del espíritu y la mente, para dar lugar a una imagen inusitada, una recreación del mundo.
Una modificación en el pensamiento y en la experiencia del tiempo significa un modo distinto de concebir la memoria, la apertura a una memoria-mundo, a una memoria-tiempo poblada de acontecimientos-imágenes, percepciones extrañas que fuerzan una mutación en el pensamiento. El tiempo es expresivo. La memoria, en tanto dimensión temporal, lo expresa en un movimiento constante que desenvuelve una multiplicidad de dimensiones simultáneas: pliegue, despliegue, repliegue. Los acontecimientos son lo expresado, cúmulos temporales que muestran sus modulaciones y sus aspectos en captaciones sensibles que evocan reencuentros, momentos que no pertenecen a ningún presente histórico.
Sin duda, siempre cabe la posibilidad de subestimar nuestras potencias, de abandonar y rechazar nuestras visiones, descalificarlas como ilusorias y fantasmáticas, de someter la memoria al yugo del sujeto consciente, pero el pensamiento pugna por un desplazamiento que impide renunciar a las más genuinas experiencias.
La memoria-mundo, dimensión del tiempo trascendental, estimula el despliegue de una sensibilidad distinta que capta acontecimientos-recuerdos, paisajes, gestos que están allí, próximos. Fragmentos de otros mundos que nos turban y en la vigilia o en el sueño traen, con una intensa contundencia que nos deja impávidos, bloques de un tiempo remoto. Resulta imposible desechar estos acontecimientos-recuerdos porque exceden nuestras experiencias perceptivas cotidianas, por no ser capaces de organizarlos bajo una grilla de inteligibilidad adecuada. Quizá haya llegado la hora de animarnos a verlos y a oírlos. Quizá sea el momento para que una sensibilidad diferente alcance sus vibraciones. Y que, justamente, su rareza sea la que fuerce la apertura de una percepción trascendental, la posibilidad de una creación, de una mutación del pensamiento.
UN UNIVERSO POBLADO POR SERES TEMPORALES
El tiempo no es lo interior en nosotros, es justo lo contrario, la interioridad en la cual somos, nos movemos, vivimos y cambiamos. 3
Somos seres interiores al tiempo, seres temporales imbricados unos con otros, envueltos y constituidos por un mar temporal.
La presencia directa del tiempo trae consigo la captación de una vida no-orgánica, de un universo temporal poblado por singularidades intensivas que se desprenden de distintos planos de composición y buscan los medios de su singularización. Toda diferencia intensiva tiende a perseverar y esa tendencia se realiza como un esfuerzo por singularizarse. La esencia se esencializa, encuentra un medio para su diferenciación: los cuerpos. La tierra se vuelve el terreno y el medio propicio para la mutación selectiva de las diferencias intensivas en el juego de la repetición singularizante.
Distinguimos dos repeticiones: la que encadena y la que libera. La primera es la que insiste en la primacía de lo mismo y de lo idéntico, la que repite, obcecada en el de una vez y para siempre. Triste repetición que no encuentra los medios para la afirmación de la diferencia que opera una mutación. No existe otro peligro que la ausencia de mutación; no existe otro mal que una vida que se capta sólo en la fugacidad de un origen y un fin.
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Las singularidades surgen en el juego de la repetición, y la repetición es la posibilidad de transformarse, de singularizarse. Las transformaciones brindan la posibilidad de una transmutación donde la negación se autodestruye. El tiempo del retorno es el tiempo de la creación y del porvenir.
El tiempo, constitutivo y constituyente, trae consigo una experiencia espiritual enriquecedora, donde lo espiritual abandona las alturas metafísicas y es concebido como inmanencia, fuerza vital, potencia propia de la vida. La dimensión espiritual adquiere un nuevo valor, al igual que los planos mentales y materiales.
La presencia directa del tiempo dona su potencia expresiva, introduce variaciones concretas en los modos de existencia, modifica la sensibilidad y los niveles de percepción, dando lugar a captaciones visuales y auditivas inusitadas. El cuerpo, a su vez, se vuelve intensivo, expresivo, amplía su campo de experimentación, lo que contribuye a intensificar una visión temporal de los seres: los hombres y las mujeres como pliegues temporales en mutación.
Por su parte, la racionalidad modifica su tendencia monista y autoritaria, da lugar a racionalidades múltiples, a una lógica de las afecciones capaz de concebir las conexiones de no contigüidad y los pensamientos paralelos y paradojales; se despliega un pensamiento afectivo, perceptivo que aporta nuevas configuraciones conceptuales.
TEXTOS
“Sólo buscamos, constreñidos y forzados, la verdad en el tiempo.”
Deleuze, G., Proust y los signos, p. 181.
“Comenzamos a darnos cuenta de que esta vida demasiado conocida y que ha perdido todos sus símbolos, no es toda la vida. Y la época que vivimos es bella para los brujos y para los santos, más bella que nunca. Toda una sustancia insensible toma cuerpo, trata de alcanzar la luz.”
Artaud, A., El cine, p. 13.
[El eterno retorno] “En él se da, en efecto, el máximo grado de sinrazón tanto como lo contrario: pero no se lo puede medir de acuerdo con esto, razonabilidad o irrazonabilidad no son predicados para el todo.”
Nietzsche, F., Fragmentos póstumos, 141[157], p. 167.
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1 En este punto es importante reiterar que seguimos la senda de Deleuze en el pensamiento del tiempo, de la repetición y la diferencia.
2 Proust, M., En busca del tiempo perdido, Por el camino de Swann, Alianza Editorial, Madrid, 1980.
3 Deleuze, G., La imagen-tiempo. Estudios sobre cine 2, Paidós, Barcelona, 1987, p. 115.