Cortázar y el laberinto

Cortázar y el laberinto

29/06/2013 epensamiento 0

Escrito por Martin Ayos

Si alguien me pregunta, creo que la mayoría de las personas de mi edad hacia atrás somos «cortazarianos». Observen que hablo de «personas» y no de escritores. Y esto es adrede. Pues la influencia de Cortázar es mucho más amplia, abarca mucho más que la literatura. Es un modo de pensar, un modo de percibir, un modo de sentir la vida. Por ejemplo, hoy en día se carga a la técnica el hecho de que vivamos en una «realidad virtual». La realidad ha cambiado, es cierto, pero no gracias a la tecnología, sino gracias al pensamiento. La tecnología es sólo la excrecencia de un modo de pensar que la ha hecho posible. Bergson, por ejemplo, fue quien nos hizo asequible la posibilidad de acceso a lo «virtual»: «Real sin ser actual» decía Deleuze. El modo en el que percibimos las cosas hace que las cosas sean, les da su «estar siendo», incluso si se trata de nosotros mismos. Y en esto, Cortázar fue un grande, al igual que Arthur Rimbaud «El poeta debe volverse vidente por un desarreglo razonado de los sentidos», André Breton, Paul Eluard, Antonín Artaud, entre otros. Tengo en mente unas palabras que me gustaría leerles. Se trata de una respuesta que da Cortázar sobre «Rayuela» en una excelente entrevista dada en la televisión española, allá por el setenta y pico: Rayuela, nos dice, «es una tentativa de decir la experiencia de toda una vida», no se trata de una anti-novela, sino, como aclara el autor, de una «contranovela» que consiste en intentar hacer que la «actitud del lector sea activa, casi en pie de igualdad con el autor», generando una «polémica en ausencia». Pero, además, es la «negación de la realidad cotidiana» en pos de admitir «otras posibles realidades». Es imposible dejar de ver aquí la exigencia del autor, para sí mismo, para con el lector y para con la realidad que lo rodea. Hay un fragmento de los Reyes, escrito antes de Rayuela, que nos ayudará a acercarnos un poco más al objetivo de mi ponencia:

«Minotauro: (A Teseo)

Llegaré a Ariana antes que tú. Estaré entre ella y tu deseo. Alzado como una luna roja iré en la proa de tu nave. Te aclamarán los hombres del puerto. Yo bajaré a habitar los sueños de sus noches, de sus hijos, del tiempo inevitable de la estirpe. Desde allí cornearé tu trono, el cetro inseguro de tu raza… Desde mi libertad final y ubicua, mi laberinto diminuto y terrible en cada corazón de hombre.

(…)

MINOTAURO (Al citarista)

Ya lo sabrás, una vida te espera para el olvido. No quiero llantos, no quiero imágenes. Solamente el olvido. Y entonces seré más yo. En la crecida noche de la raza, sustancia innominable y duradera. ¡Oh delicada sangre que renuncia! Miradla, su manantial ya ajeno, ya no mío. Infinitas estrellas parecen alentar en su movimiento, naciendo y dispersándose en la granada temblorosa— Así quiero acceder al sueño de los hombres, su cielo secreto y sus estrellas remotas, esas que se invocan cuando el alba y el destino están en juego. Mírame morir y olvida. En una hora alta acudiré a tu voz y lo sabrás como la luz que ciega, cuando el Músico diga en ti los números finales. Mírame callar, Nydia de pelo claro, y danza cuando te alces ya pura de recuerdo. Porque yo estaré allí.»

En principio, está la antonimia entre Teseo y el Minotauro, la disputa por Ariadna. El mito, tal como se lo conoce, está invertido. Es decir, que el héroe es el Minotauro. ¿Por qué? Teseo es el héroe convencional, podemos decir la razón, o mejor, puesto que para algunos la razón es el hilo de Ariadna, el sentido común. Aquél a quien los hombres del puerto aclamarán de día. Y no en vano será de día, pues el día es, en este caso, como en «El espacio literario» de Maurice Balnchot, el día de la razón, del trabajo, del sentido común, de las formas. Sin embargo, el día es tan sólo producto de la noche, es decir, no lo que viene después, de una vez y para siempre, sino que procede de la noche. Como el orden procede del Caos, tal y como nos lo hace ver Hesíodo. ¿Pero qué es esa noche? Blanchot nos dice que la noche está en el día. El caos es el motor mismo del orden. Pero si Teseo es el sentido común, Ariadna quien teje el hilo de la Razón y el Minotauro el Caos. ¿En qué queda todo ello una vez invertido el mito tal cual lo conocemos? El mito de Ariadna va más allá de Teseo. Como se sabe, Ariadna es abandonada en una isla por Teseo, es rescatada por Dionisos y ambos son unidos por Afrodita. El Minotauro está identificado con Dionisos en muchísimas versiones mitológicas. Incluso, la cristiandad se ha ocupado de unirlos en contra de Dios, como el demonio mismo. Pero Cortázar nos dice otra cosa. Nos presenta al caos tal como es: inocente. El sacrificio del minotauro es su perpetuación en la noche, a través del olvido. Es su viaje triunfal hacia Ariadna. No se trata de una derrota.  El caos, Dionisos, el Minotauro, deben destruirse para renacer, para formar una nueva unión con Ariadna. Quien, dicho sea de paso, en la mitología se ahorca antes de que Dionisos la rescate de la abyecta  vida que le ofrece Teseo. Por ello el Olvido es la condición sine qua non para ser «otro» que también es concdición fundamental para el eterno retorno.

Lo mismo sucede con nosotros. En Rayuela, la relación con La Maga y Olivera es similar a la de Ariadna y el Minotauro o Dionisos. El hilo de Ariadna y el Laberinto no tienen nada que ver con la razón, sino que son el pensamiento mismo. El hecho de que a Cortázar le gusten tantos los laberintos, obedece a que el pensamiento y la realidad misma es laberíntica. No hay una sola realidad. Hay múltiples y todas ellas coexisten. No hay escape del laberinto, pues el laberinto es el afuera mismo, en el sentido que dan Blanchot, Deleuze o estas palabras de Derrida al «Afuera»: «El afuera, aun cuando está muy cerca, es siempre lo que está más allá de un límite.Pero en sí. Tenemos el afuera en el corazón, en el cuerpo. Eso es lo que quiere decir el afuera. El afuera está aquí. Si el afuera estuviese afuera, no sería un afuera.» Y tal vez el Minotauro sea, también, el lenguaje y la literatura en la obra de Cortázar. Ese afuera que lo impulsa a la deconstrucción. Tomemos estas palabras de Blanchot: «De ahí (quizás) el asombro que nos invade cuando nos enteramos, y nos enteramos de ello después de Hölderlin y después de Nietzsche, de que los griegos reconocían en Dionisos al «dios loco». Dicha expresión nos resulta más familiar al interpretarla de este modo: el dios que volvía loco o la locura que vuelve divino. Pero ¿el «dios loco»? ¿Cómo aceptar lo que sobreviene por la fuerza de semejante irregularidad? Un dios, no lejano, responsable de cierta sinrazón general, pero presente, la presencia misma, en su repentina revelación: ¿La presencia del dios loco? El dios loco: la presencia del afuera que, ya siempre, ha suprimido, entredicho, la presencia. Es decir, el enigma del eterno retorno.» Blanchot: «El paso no más allá». Las consecuencias de la repetición están claras en «Las babas del Diablo» y en muchos otros textos de Cortázar. El guiño que nos hace al comienzo del cuento: «Nunca se sabrá cómo hay que contar esto, si en primera persona o en segunda, usando la tercera del plural o inventando continuamente formas que no servirán de nada.» y más precisamente, en la frase: «Pero los hilos de la Virgen se llaman también babas del diablo…» nos hacen sentir que no hay nada «dado» que lo que se da en la pared del cuarto hace también irreal la mera realidad del cuarto, repitiendo, de un modo completamente diferente, lo que se ha dado y no se ha dado, allí en la isla pues, «Creo que sé mirar, si es que algo sé, y que todo mirar rezuma falsedad, porque es lo que nos arroja más afuera de nosotros mismos, sin la menor garantía, en tanto que oler… De todas maneras, si de antemano se prevé la probable falsedad, mirar se vuelve posible; basta quizá elegir bien entre el mirar y lo mirado, desnudar a las cosas de tanta ropa ajena. Y. claro, todo esto es más bien difícil.» Esta mirada, similar a la de Orfeo, capta, o mejor, pone en entredicho la presencia, la eternidad de la imagen, la relación proposicional entre el objeto y la palabra. Cortázar tiene grandes lazos con el surrealismo, también con la posibilidad jungiana de un sueño arquetípico. Y es porque su obra nos despoja de la conciencia, nos propone, en algún sentido la fabulación, la posiblidad de generar un inconsciente colectivo diferente, capaz de delirar de otro modo. Como bien observan Deleuze y Guattari, nuestro inconsciente colectivo delira con papá y mamá, con guerras, odios, persecuciones, ficciones cristalizadas denominadas «verdades» últimas o eternas.

Toda una teleología tautológica y teológica, en detrimeto de la diferencia. Cuando la realidad es muy otra y tan amplia que permite nuestra relidad mediocre, pueblerina. El orden procede del Caos, no puede suplantarlo. El día procede de la noche y no puede negarla. Se trata de aprehender esas otras realidades o de inventarlas y hacer que coexistan y se enriquezcan unas a otras, de «plegar el afuera», en sentido deleuziano o foucaultiano. La imagen como juego, la unión entre Apolo y Dionisos, inviertiendo la pretensión platónica de la imagen como idea y de la idea como realidad. En «Continuidad de los parques», por ejemplo, Los infinitos planos que conforman la realidad se cruzan en un punto en el que el lector muere apuñalado. Se objetará que esto no puede ser real o que más bien es una figuración. Sin embargo, esto ocurre realmente en el cuento. En un punto determinado. Ese punto en el que aquellos dos planos se unen y dan paso a un devenir posible. Negarlo es una necedad, creo que hoy en día la ciencia, despojada de los prejuicios del positivismo, la filosofía y el arte en general coincidirían en que esto no es descabellado. Pero nosotros sí. ¿Por qué? Porque estamos atados a convenciones que nos son fijadas, que creemos eternas, por más que tengan una fecha de nacimiento. Y porque no tenemos el valor político que nos exige semejante salto. Oir la propuesta de Cortázar es oir también la necesidad de ser otros. Larevolución de la percepción que nos propone, es una revolución de nosotros mismos. La llamada a «ser más huanos» que el autor nos lanza, implica, también, afrontar las consecuencias políticas que ello requiere. La realidad es fragmentaria. Ello no quiere decir que los fragmentos sean segmentos delimitados. Y En este sentido, «62, modelo para armar» también es la apuesta «Fantomas contra los vampiros  multinacionales». ¿Por qué? Porque comprender la fragmentación es ver que es necesario jugar una dimensión humana en la que podamos ser otros relamente. cortázar vio en América Latina esta  «oportunidad» y la defendió con valor y hay pruebas abundantes de ello: en «El libro de Manuel», en  sus participación en el Tribunal Russell, etc. Ello no quiere decir que estuviera o no equivocado respecto del castrismo o el sandinismo. Lo que quiere decir es que estuvo, como siempre, atento al germen de algo nuevo, de la producción de la diferencia. No coincido con ningún regímen político.

Sin embargo, no puedo dejar de coincidir con esa pasión revolucionaria. Revolucionar la percepción, revolucionar el tiempo, revolucionar la realidad. Johnny dice en “El perseguidor”: «- Bruno, si un día lo pudieras escribir… No por mí, entiendes, a mí qué me importa. Pero debe ser hermoso, yo siento que debe ser hermoso. Te estaba diciendo que cuando empecé a tocar de chico me di cuenta de que el tiempo cambiaba. Esto se lo conté una vez a Jim y me dijo que todo el mundo se siente lo mismo, y que cuando uno se abstrae… Dijo así, cuando uno se abstrae. Pero no, yo no me abstraigo cuando toco. Solamente que cambio de lugar. Es como en un ascensor, tú estás en el ascensor hablando con la gente, y no sientes nada raro, y entre tanto pasa el primer piso, el décimo, el veintiuno, y la ciudad se quedó ahí abajo, y tú estás terminando la frase que habías empezado al entrar, y entre las primeras palabras y las últimas hay cincuenta y dos pisos. Yo me di cuenta cuando empecé a tocar que entraba en un ascensor, pero era un ascensor de tiempo, si te lo puedo decir así. No creas que me olvidaba de la hipoteca o de la religión. Solamente que en esos momentos la hipoteca y la religión eran como el traje que uno no tiene puesto; yo sé que el traje está en el ropero, pero a mí no vas a decirme que en este momento ese traje existe. El traje existe cuando me lo pongo, y la hipoteca y la religión existían cuando terminaba de tocar y la vieja entraba con el pelo colgándole en mechones y se quejaba dé que yo le rompía las orejas con esa-música-del-diablo.»